Destellos de la Gloria de Jesucristo (2-2)
Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre…
a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos.
Apocalipsis 1:5-6.
Las glorias del Señor Jesús son de tres clases diferentes: personales, oficiales y morales. Jesús velaba su gloria personal (él es el eterno Hijo de Dios), salvo cuando la fe sabía descubrirla o la ocasión lo requería. Igualmente ocultaba su gloria oficial, pues no andaba de lugar en lugar como el Unigénito Hijo procedente del seno del Padre, o como el soberano Rey Hijo de David.
Estas dos glorias por lo general estaban ocultas mientras pasaba, día tras día, por las diversas circunstancias de la vida. En cambio, su gloria moral no podía ser ocultada, ya que era perfecto en todo, pues la perfección le era propia; más aún, él era la perfección misma.
La excelencia de esa gloria era demasiado intensa y resplandeciente para que los ojos humanos pudieran soportarla, de manera que el hombre estaba permanentemente expuesto a ella y sujeto a su reproche. Mas ella resplandecía, independientemente de que el hombre la soportara o no. Esa gloria moral ilumina ahora cada página de los cuatro evangelios así como antes iluminó toda la senda que nuestro Señor atravesó en su paso por esta tierra.
¡Creyentes, busquemos y admiremos día tras día la gloria del Señor a lo largo de la Biblia! De este modo reflejaremos en este mundo la luz de Cristo: “Mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18).