Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron… ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados.
Hechos 2:37
«Que recuerde, siempre creí en Dios, pero solo a los 19 años de edad escuché hablar del Evangelio. Una amiga me invitó a una reunión cristiana y allí escuché hablar de amor, de perdón y de salvación. ¡Me pareció fácil, pues pensaba conocer todo eso! Tiempo después conocí a un joven cristiano, quien más tarde se convirtió en mi esposo. Rápidamente descubrió que yo tenía una vida religiosa, pero no un Salvador. Él me decía: –Para ser salva tienes que arrepentirte. Y yo le respondía: ¿Arrepentirme de qué? Nunca he hecho mal a nadie. Siempre me he comportado bien, nunca anduve detrás de los chicos.
Íbamos puntualmente a los cultos y a las reuniones de la semana. Después del nacimiento de nuestro primer hijo, un año después de nuestra boda, de repente, sin haberlo esperado, tuve una convicción de pecado tan grande que caí de rodillas en mi habitación. El Señor Jesús me mostró lo que había en mi corazón: orgullo, envidia, mentira, odio, desprecio…
Lloraba por el hecho de haber pensado que era tan buena que no tenía necesidad de perdón. ¡Esta convicción de pecado fue el punto de partida de una nueva vida! El Señor me perdonó, y al fin descubrí el amor más puro y verdadero.
En mi vida he pasado por muchos sufrimientos y tristezas, pero no conozco mayor felicidad que pertenecer al Señor. Espero con gozo el día en que veré a mi Salvador cara a cara. ¡Gloria a su santo nombre!».
Elena
Josué 2 – Hebreos 5 – Salmo 122 – Proverbios 27:15-16
© Editorial La Buena Semilla