Si confesamos nuestros pecados, él (Dios) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.
1 Juan 1:9
El Señor, tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable.
Números 14:18
En diciembre de 2002, en un pueblo africano, varios cristianos estaban tomando el desayuno en la casa de un misionero. De repente apareció un automóvil militar todoterreno. El suboficial de la tropa interrogó a los cristianos presentes. Dos de ellos fueron llevados en el todoterreno hacia un destino desconocido. En un escondite secreto, fueron torturados durante tres días, pero Dios intervino y fueron liberados milagrosamente. Sin embargo, el maltrato que recibieron les dejó consecuencias físicas y psíquicas irreversibles. Por la misericordia de Dios y gracias a la fuerza que él les dio, estos siervos de Dios pudieron continuar su servicio.
Pero esta dramática historia no termina aquí. Dios tenía un plan. Un grupo de cristianos iba regularmente a la cárcel de la ciudad para distribuir cursos bíblicos. Cierto día un prisionero, después de haber acabado el curso sobre el evangelio de Lucas, pidió hablar en privado con ellos. Aquel prisionero era nada más y nada menos que el suboficial, uno de los «antiguos verdugos» de los dos cristianos. Ahora él también estaba prisionero. Confesó su conducta ante Dios y los hombres, y entregó su vida a Jesucristo.
Cerca de ocho años después de los hechos, seguro del perdón de Dios (1 Juan 1:9), pidió a estos cristianos implorar el perdón de sus víctimas por sus acciones atroces.
Isaías 35-36 – Marcos 1:1-20 – Salmo 48:1-8 – Proverbios 14:11-12
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