Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. Entonces vino a mí palabra del Señor, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero? Jeremías 18:3-6
Es interesante observar a un alfarero haciendo una vasija. Con los mismos movimientos de hace miles de años, ejerce suaves presiones sobre la arcilla que gira en el torno para así obtener la forma deseada. Si la vasija toma una forma defectuosa, el alfarero recoge la masa y vuelve a fabricar una nueva. Pero cuando se ha terminado la cocción, es demasiado tarde para modificar cualquier detalle: la vasija se utilizará tal como quedó o se desechará.
Y nosotros, creyentes, ¿consideramos que tal vez nuestra vida ha sido desperdiciada? Debido a nuestra obstinación, a nuestra voluntad que le cuesta someterse a Dios, hemos sido vasijas defectuosas. Somos conscientes de nuestra incapacidad para levantarnos por nosotros mismos. Pero el divino Alfarero, del que habla el profeta Jeremías, no es tomado desprevenido. Cuando nos volvemos realmente a Dios, él puede dirigir nuevamente nuestra vida para su gloria.