Salmo 19:1-3
Mirad que no desechéis al que habla.
Hebreos 1:1-2; 12:25
Lucía, sentada en una silla con los ojos cerrados y los auriculares puestos, se balanceaba lentamente. Simón caminaba en la calle y estaba hermético a cualquier otro sonido, pues se dejaba llevar por la música que escuchaba en su reproductor digital.
Muchas personas adoptan esta actitud para no tener que escuchar lo que sucede a su alrededor, aquello que nos enfada o nos molesta. Así podemos escuchar lo que nos agrada sin tener en cuenta a los demás.
Pero esta actitud hace que nuestro aislamiento aumente, que nuestra tendencia a encerrarnos en nosotros mismos crezca, y favorece nuestro egoísmo. Cuando explicaba algo importante, Jesús acostumbraba repetir: “El que tiene oídos para oír, oiga” (Mateo 13:9). Hay palabras que debemos saber escuchar, incluso si nos sorprenden.
Con mayor razón, escuchemos cuando Dios nos habla. Lo hace de diferentes formas:
–Mediante el lenguaje de la naturaleza, como nos lo recuerda el Salmo 19.
–Mediante el Evangelio: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17).
–Mediante los acontecimientos o circunstancias de nuestra vida personal. ¡Él tiene el control de cada detalle!
–Dios también puede hablarnos mediante sus siervos que pone en nuestro camino, y de miles de maneras diferentes.
¡A nosotros nos corresponde prestar atención y reconocer su voz!
Jeremías 3 – Lucas 12:1-21 – Salmo 89:19-27 – Proverbios 20:14-15
© Editorial La Buena Semilla