Puede ocurrir que en cierta oportunidad nos encontremos con un amigo que hace mucho tiempo no vemos, de esos por los que se tiene especial cariño y gratos recuerdos; pero en medio de las conversaciones obligadas sobre lo que cada uno hace, puede ser que surjan comentarios sobre el gran éxito que haya tenido este amigo; y ¿qué sigue después?; en muchos casos aparece una emoción incómoda y desagradable: la envidia.
Y es que la envidia es un mal que afecta a millones de personas en todo el mundo. Pero los cristianos debemos vivir una vida libre de este maligno sentimiento. ¿qué podemos hacer?
Si alguna vez has luchado con la envidia por alguna razón, aquí hay tres reflexiones que espero te ayuden a evaluarte y a cambiar.
Lo primero que te digo es que, “la envidia presenta una visión distorsionada del carácter de Dios”. Lleva a tener la perspectiva mental de un Dios injusto, que trae como resultado que la persona que siente la envidia no crea en la bondad de Dios, ni en Su amor, y menos en Su justicia. Lo que ocurre cuando hay envidia es que se rechaza el hecho de que Dios está íntimamente involucrado en todos los asuntos de nuestra vida, dando como resultado que aparezca el sentimiento de que hemos sido “injustamente dejados atrás”.
Segundo, “la envidia rechaza la verdad de que Dios es totalmente bueno”. Le hace creer a la gente la mentira de que lo que Dios hace nos siempre es bueno para ellos. Y construye barreras para que la fe fluya con libertad; porque lo que se cree sobre Dios estará condicionado por tus pensamientos de justicia. Por último, “la envidia hace creer que no has sido tenido(a) en cuenta”; y aparecen los pensamientos de necesidad, escasez y rechazo.
La conclusión es que “cuando permitimos que la envidia se apodere de nuestro corazón significa -no creer que Dios tiene un plan personal para nosotros; y por lo tanto, rechazamos la bondad y las bendiciones que Él tiene para nosotros”. Por eso, debemos “estar contentos con lo que tenemos porque Él nunca nos ha abandonado ni nos abandonará” (Hebreos 13:5).
Ora, “Señor. Confieso que he sentido envidia y he visto como los celos han sido una señal de mi falta de fe y certeza de tu amor por mí. Perdóname por esta actitud. Te doy gracias por todas las bendiciones que me ha dado. Gracias porque se que nunca me dejarás o me abandonarás y que lo que me has dado es bueno y suficiente. Lo creo en el nombre de Jesús, Amén”.
Versículo: “Sea vuestro carácter sin avaricia, contentos con lo que tenéis, porque El mismo ha dicho: Nunca te dejare ni te desamparare”, Hebreos 13:5 (LBLA)
Buen Dia
Juan C Quintero
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