El Hijo de Dios… me amó y se entregó a sí mismo por mí.
Gálatas 2:20
En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros.
1 Juan 3:16
Quizás usted haya oído decir que Dios ama a todos los hombres. Tal vez haya descubierto un poco su bondad cuando, en la naturaleza, se maravilla por lo que Dios ha creado. Quizá también conozca a verdaderos cristianos cuya vida irradia este amor divino. Pero, ¿ha experimentado realmente en sí mismo el amor de Dios tal y como está expresado en los versículos de hoy?
Este amor brilla de forma resplandeciente en la cruz del Gólgota, donde somos puestos ante su manifestación suprema. Allí Jesucristo, el Hijo de Dios, dio su vida. Allí el odio del hombre alcanzó su punto culminante. Y Dios no intervino, al contrario, hizo caer sobre su Hijo el castigo que merecían nuestros pecados. Jesús, el unigénito Hijo de Dios, aceptó ir hasta la muerte. ¿Por qué? Para que usted y yo pudiésemos recibir la gracia divina. ¡Qué amor maravilloso e insondable, incomprensible para nuestra mente!
¿Qué hacemos nosotros con este amor? Se manifestó para que cada uno pueda beneficiarse de él personalmente; y siempre está ahí, siempre es el mismo. Todo el que reconoce haber vivido sin Dios, se vuelve a él, le confiesa sus pecados y acepta por la fe la obra de la redención, puede ser lleno de este amor. A partir de ese momento forma parte de los que verdaderamente han conocido el amor de Dios.
“Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:7-8).
Levítico 26 – Efesios 5 – Salmo 71:19-24 – Proverbios 17:15-16
© Editorial La Buena Semilla