Boca de impío y boca de engañador se han abierto contra mí; han hablado de mí con lengua mentirosa; con palabras de odio me han rodeado, y pelearon contra mí sin causa. En pago de mi amor me han sido adversarios… Me devuelven mal por bien, y odio por amor.
Salmo 109:2-5
¿Qué espero de parte de mis amigos si tengo que comparecer en un juicio? Que estén presentes y me animen.
–Cuando Jesús fue arrestado, todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron.
¿Qué espero de un juez, sino que proteja a los inocentes y haga valer sus derechos?
–Pilato, lavándose las manos, se declaró inocente de la sangre del único hombre justo, pero lo entregó al pueblo para que fuese crucificado.
¿Qué espero de un sacerdote, sino que sostenga la causa de los débiles y de los oprimidos, que los consuele y sea su portavoz ante Dios? (Hebreos 5:2).
–Caifás, el sumo sacerdote, incitó al pueblo, que terminó clamando: “¡Crucifícale, crucifícale!” (Lucas 23:21).
Así, en los últimos momentos del Señor en la tierra, todas las clases de hombres mostraron lo contrario de lo que tendrían que haber sido… todos excepto Jesús, este Hombre único que sufrió todo ese odio con un amor irreprochable.
Él era verdaderamente aquel a quien anunciaron los profetas: la oveja que no abrió su boca delante de sus trasquiladores, como cordero fue llevado al matadero (Isaías 53:7). Y cuando se expresó antes de las tres horas de expiación, fue para pedir a su Padre que perdonase a sus enemigos, para anunciar a un malhechor arrepentido que tendría un lugar en el Paraíso, y para consolar a su madre.
¡Qué maravilloso Salvador!