1 Pedro 1:15
Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe.
Hebreos 12:1-2
Se cuenta que cuando los británicos llegaron a tierras australianas no encontraron ni un solo cardo. Pero un escocés nostálgico (esta planta es el emblema de Escocia) mandó traer de su país algunas semillas y las sembró en su jardín. Cuando los cardos crecieron, el viento se llevó las nuevas semillas. El tiempo se encargó del resto, y hoy todo el país está lleno de cardos.
Asimismo, el más pequeño pecado también puede volverse devastador. No hacerle caso, dejarlo subsistir en nuestro corazón, es permitir que se multiplique. Pensemos en lo que puede germinar en nosotros tan rápidamente: amargura, codicia, envidia, odio, impureza, incredulidad, orgullo, etc. No debemos permitir que estas cosas echen raíces en nosotros y crezcan, pues deterioran nuestra relación con Dios.
El Señor escudriña los corazones y revela su estado. Puede mostrarnos esas pequeñas cosas que debemos identificar y luego arrancarlas de raíz antes de que tomen proporciones gigantescas.
La Palabra de Dios, que el Señor compara a una semilla viva, nos ayuda a arrancar y destruir todo lo que no es conforme a la santidad divina, si la dejamos actuar con prioridad en nuestros corazones. Dios conoce el origen de todos los males; él no combate los síntomas, sino que va directamente a la raíz. Y la raíz de nuestros males se sitúa siempre en nuestro propio corazón. ¡Dejémonos purificar por la Palabra de Dios!
Jeremías 12 – Lucas 18:1-17 – Salmo 91:11-16 – Proverbios 21:1-2
© Editorial La Buena Semilla