¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo.
1 Corintios 6:19-20
Reducir el cuerpo, el propio o el de los demás, a un objeto, acarrea numerosas codicias, e incluso produce comportamientos perversos: no respetamos el alma que está ligada al cuerpo, no respetamos la persona en su unicidad, su intimidad y su dimensión espiritual.
Al contrario, considerar el cuerpo como parte integrante de la persona es un llamado a vivir verdaderas relaciones en las cuales cada uno se vuelve hacia el otro como aquél a quien debe respeto. Esto es cierto en todas nuestras relaciones, con los niños, con las personas mayores, en las relaciones de amistad o en la relación conyugal.
El cuerpo del cristiano es templo del Espíritu de Dios. Eso le confiere un valor particular e incluso un destino en el momento de la resurrección (Romanos 8:11). Tomar conciencia de esto, mediante la fe, tiene un fuerte impacto en la vida, para ser liberado del mal y hacer el bien.