Así dijo el Señor:… ¿Acaso se ha acortado mi mano para no redimir? ¿No hay en mí poder para librar?
Isaías 50:1-2
Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo… y he oído su gemido.
Hechos 7:34
El célebre líder afroamericano, Frederick Douglass, antiguo esclavo (1818-1895), pronunció un discurso conmovedor en Boston, en una época en que la situación de esa minoría era especialmente crítica: «No podemos ir a África; eso no resolverá nuestro problema. No podemos ir a Canadá, pues el clima no nos conviene. Y aquí, privados de todos los derechos, estamos amenazados y somos maltratados…».
Cuando se sentó, hubo un silencio abrumador. Entonces una mujer mayor, gastada por el trabajo, se levantó y preguntó con una fuerte voz: «Frederick, ¿acaso Dios está muerto?». Un susurro de esperanza recorrió la sala. Una luz brilló y el sombrío cuadro descrito por Douglass desapareció. Mediante la pregunta de aquella mujer, la atención de cada uno de los presentes se fijó en el poder del Dios soberano, quien puede trasformar cualquier situación y responder a las preguntas más difíciles.
¿No nos sucede lo mismo cuando las preocupaciones se acumulan como las nubes antes de la tormenta? ¿Estamos tan preocupados por una situación complicada que el desánimo se apoderó de nosotros? Elevemos nuestros pensamientos hacia nuestro fiel Dios. Recordemos que él nos ama y que es todopoderoso. Él tiene soluciones inesperadas para todos los problemas que nos sobrepasan y, haga lo que haga, quiere llenar nuestros corazones con una paz ilimitada. El apóstol Pablo escribió: El Señor “me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9).
Génesis 24:1-32 – Mateo 13:24-43 – Salmo 13 – Proverbios 4:1-6
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